domingo, 16 de agosto de 2009

Discurso 08/03/2006 en Sesión Ordinara Especial

Las señoras y señores diputados que me precedieron en el uso de la palabra se refirieron a adalides de estas luchas y a militantes consagradas universalmente.
La señora diputada Di Tullio nombra en su proyecto de declaración a cientos de mujeres anónimas que a lo largo de la historia han luchado por sus derechos.

En estos momentos quiero rescatar a dos de esas mujeres anónimas. Se trata de mujeres de mi pueblo, Monte Caseros, en la provincia de Corrientes. Una de ellas es la joven Nilda Rodríguez, nacida el 9 de noviembre de 1955, y que en diciembre de 1973, con medalla de oro, después de haber fundado asociaciones civiles y culturales en Monte Caseros, partió a estudiar medicina a la Universidad de La Plata.
Rápidament e en los claustros universitarios la entusiasmaron las luchas sociales por una patria mejor. Hace pocos días, el 16 de febrero, se cumplieron veintinueve años desde que la vimos por última vez en nuestra ciudad. Nilda tenía menos de ventiún años cuando desapareció y nos dejó a los casereños el ejemplo de sus luchas, una calle con su nombre y la esperanza de seguir luchando por lo que ella creía.

Quiero agregar a otra mujer anónima, también de mi pueblo, que se llamaba Rosa Benavídez, analfabeta, madre de cuatro hijos, enferma, que arrastraba, además de sus hijos, una enfermedad pulmonar crónica.
En algún momento de la vida de Rosa Benavídez también la luz de la esperanza le hizo ver que si ella luchaba por sus derechos tal vez sus hijos iban a tener una vida mejor.
Así fue que empezamos a ver a Rosa Benavídez participar permanentemente de las reuniones de las asociaciones barriales de su pueblo y de las comisiones de la Asociación Cooperadora de la salita de primeros auxilios. Integró el primer curso para madres cuidadoras que el municipio de Monte Caseros ponía como herramienta para muchas mujeres.
Pero el 21 de diciembre de 2001 la incomprensión y el odio de quien hasta ese momento fuera su marido, cansado de no encontrarla nunca en su casa porque ella estaba luchando por sus derechos, hicieron que la encerrara en su casilla con sus cuatro hijos e incendiara la casa. Como resultado de ese hecho, fallecieron Rosa y sus cuatro hijos, el mayor de los cuales tenía sólo 12 años; en ese momento Rosa tenía 29 años.

En estas dos historias trágicas quiero simbolizar el derrotero que a lo largo de la historia vino haciendo la mujer para luchar por sus derechos. Hoy, en mi pueblo, hay una plaza que se llama Rosa Benavídez y una calle que se llama Nilda Rodríguez. Por supuesto que a mí me hubiese gustado mucho más no tener que contar estas historias ni tener una plaza con el nombre de Rosa ni una calle con el nombre de Nilda. Me hubiera gustado tenerlas a ellas para que nos sigan enseñando cómo luchar por la paz y por la igualdad entre el hombre y la mujer.

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